lunes, 12 de mayo de 2014

Mascaras Mexicanas por Octavio Paz

Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa.
El lenguaje popular refleja hasta que puntos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligrosos como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza.

Nuestras relaciones con los otros hombres también están teñidas de recelo. Cada vez que el mexicano se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que se “abre”, abdica. Y teme que el desprecio del confidente siga a su entrega. El que confía, se enajena; “me he vendido con fulano”, decimos cuando nos confiamos demasiado a alguien que no lo merece. Esto es, nos hemos “rajado”, alguien ha penetrado en el castillo fuerte. La preferencia por la forma, inclusive vacía de su contenido, se manifiesta a lo largo de la historia de nuestro arte, desde la época precortesiana hasta nuestros días. 

1 comentario: