Viejo o
adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me
aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara
la sonrisa.
El lenguaje popular
refleja hasta que puntos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría”
consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. El mexicano
puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es permitir
que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un
traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz
de afrontar los peligrosos como se debe. Las mujeres son seres inferiores
porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en
su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza.
Nuestras relaciones
con los otros hombres también están teñidas de recelo. Cada vez que el mexicano
se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que se “abre”, abdica. Y teme
que el desprecio del confidente siga a su entrega. El que confía, se enajena; “me
he vendido con fulano”, decimos cuando nos confiamos demasiado a alguien que no
lo merece. Esto es, nos hemos “rajado”, alguien ha penetrado en el castillo
fuerte. La preferencia por la forma, inclusive vacía de su contenido, se
manifiesta a lo largo de la historia de nuestro arte, desde la época precortesiana
hasta nuestros días.
10 porque me gusto que hayas puesto citas textuales muy bien♥
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